Van y vienen. Entre pasillos, túneles y pasos elevados, se mueven a diario como autómatas, como extras de una película de anticipación. Mantienen un ritmo acelerado. Callados, la mirada fija en el vacío y un gesto agrio en su boca.
Filas y filas inconscientes reflejo de su propia nada.
Ninguno se sale de la norma, ninguno sonríe, ninguno se atreve…, ninguno parece querer ser diferente. Todos aceptan el entorno sin ni siquiera reparar en él.
Se abren las puertas y, sobresaltando la mañana, una niña de apenas tres años, con su mirada recién estrenada, rompe aquél espacio/tiempo de molicie eterna:
Mamá: no quiero entrar…
Tengo miedo
Y así, sin ella saberlo, resumió en su grito la angustia y frustración de tanto adulto impasible.
18 de diciembre de 2002