Vivir en el cuento (Publicado en Alenarte)
Para Guille
Su «¡No, mamá! Hasta mañana», me dejó claro que se había hecho mayor.
Aún me quedé unos minutos tras la puerta, por si acaso me llamaba, como sucedía en otras ocasiones…
«Hasta mañana, mami».
«Hasta mañana, enano, duérmete ya»
«Mami… ¿y si me cuentas otra vez nuestro cuento?»
Recordé su cara de sorpresa, de temor en algún momento. Recordé como, en algunas ocasiones, me corregía el relato si, por alguna razón le parecía que iba a decir algo triste y, sobre la marcha, cambiaba mi primera idea para acomodar la historia a lo que el esperaba. “Nuestro cuento” era, casi siempre, una historia normal, un pedazo de la vida de cada día, pero eran ese tipo de cuentos los que más le gustaban. Abría los ojos y permanecía callado mientras yo iba deslizando ideas o sentimientos que, pensaba, le ayudarían en un futuro.
Al principio, como, supongo todas las madres alguna vez, le intenté contar cuentos fantásticos de esos en los que los príncipes y princesas viven en un mundo completamente irreal que, me di cuenta enseguida, a él no parecía que le transmitieran nada de la magia que pretenden transmitir. Lo más probable es que a ciertas edades, la magia sea su propia vida y lo que de verdad les impresiona es que les hablemos de la realidad. De ese mundo de mayores, desconocido e inquietante.
Eso lo he aprendido después.
Igual que he aprendido con el tiempo, que el paso de los años y nuestras necesidades emotivas, nuestra evolución en suma, gira, se repite y vuelve a girar, y de pronto necesitamos sentirnos príncipes o princesas, o niños o adultos, o felices si no lo somos, o libres de elegir. Y volvemos a querer escuchar historias y cuentos con el corazón abierto, como si durante el tiempo que dura ese cuento, esa historia, esa leyenda, todo se parase y la magia cayera sobre nosotros inundándolo todo.
He tenido el privilegio de contar cuentos después de muchos años a personas de diferentes edades, adultos todos ellos, y he oído de otros historias de ficción que han conseguido en tan sólo unos minutos conmover a grupos de desconocidos, sin quizá nada o casi nada en común más que la necesidad de sentir que la vida es, al menos durante unos minutos, como cada uno desea. No hay mejor cuento que aquel que deseamos oír, y de alguna manera nos contamos a nosotros mismos, aunque para darnos cuenta, tengamos que oírlo en boca de otros.