A Gerardo
Me ha sorprendido como sorprende lo inesperable.
No entendía lo que me decía a través de mi teléfono móvil la voz resignada de un amigo común. Creo que nunca una voz me había transmitido tanta tristeza.
Era una voz que me decía que ya no se podía recuperar ese tiempo de querer compartir. Ya no. El futuro que pensaba en relación con él, había desaparecido sin haber llegado a ser.
No tenía demasiada relación. No más que la que habitualmente se tiene con un vecino de ya algunos años en la casa y poco más. Cuando coincidíamos, siempre resultaba tan agradable que me quedaba pensando lo mucho que me gustaría tratar de acercarme más. Nunca lo hice. Habitualmente era una coincidencia lo que hacía que nos viéramos de vez en cuando y siempre era un rato que se me hacía corto charlando de cualquier cosa pero nunca resultaba un rato superficial.
Nunca he sentido la importancia del presente con tanta claridad. Sólo hoy puedo hacer lo que haga hoy.
Su desaparición ha sido un baño de realidad. La certeza de que ya no hay marcha atrás ni más oportunidades. Por eso, si trato de aprender, en general, esta semana me he repetido hasta la saciedad que nunca, voy a volver a anteponer algunos convencionalismos sociales a la relación natural, espontánea y cálida.
Prometo irrumpir en la vida de otros sin miedo al rechazo. Prometo perder parte del pudor y decir “te quiero” a muchos más que a hijos, padres, amigos o amantes.
Prometo no olvidar que mañana ya nunca será hoy.