Recupero este texto publicado en Alenarte (hoy Alenarte Revista) hace unos meses. Me gusta mucho y quería también tenerlo en mi blog.
Cómplices en Luna
Al mirarle me pareció ver en él algo especial. No había ningún rasgo que me extrañase o que le hiciera parecer diferente, pero lo cierto es que no es habitual que el conductor del autobús de refuerzo de una línea regular te sonría como le lo hizo al cortar la esquina de mi billete. Era una sonrisa casi casi cómplice, tanto es así que miré alrededor, pensando que era a algún amigo a quien sonreía. No vi a nadie mas que a mí, así que sonreí yo también pensando que aquel conductor era, al menos, poco común.
Había tenido suerte y me tocó una de esas plazas que, además de estar al lado de la ventanilla, tenía justo delante una pantalla de televisión y un reposapapeles que me dejaba soltar el montón de revistas que llevaba. El autobús iba de bote en bote, era fiesta, final de un puente de esos que a veces nos alegran el mes con sólo mirar el calendario. Nada más salir de la estación de autobuses, la pantalla que tenía delante se iluminó por unos segundos. Fue una falsa alarma y me puse a leer cotilleos y recetas de esas sanísimas que siempre pensamos hacer pero que casi nunca hacemos. Seguí leyendo, mirando el paisaje y oyendo trocitos de conversaciones entrecortadas de los pasajeros a mi alrededor. Me enteré de que a la chica rubia de dos asientos por delante se le había olvidado comprarse unos pantys para la boda y le pedía a la que, parecía su hermana mayor, que se los tuviera para cuando llegara. También pude comprobar como en eso de ligar y hacerse el interesante, por mucho que pasen años y años, todos hacemos o decimos, las mismas tonterías.
Fue pasando la tarde y al parecer al conductor se le había olvidado ponernos la película. O quizá no…
Observé que, de vez cuando, los ojos del conductor miraban hacía el fondo del autobús como buscando algo o alguien. Subíamos un pequeño puerto y cada revuelta sus ojos se clavaban en el retrovisor con la misma mirada calida y expectante. Una de esas miradas se convirtió en una amplia sonrisa que me hizo volver la cabeza con curiosidad. Al mismo tiempo noté como el autobús aminoraba la marcha y una claridad intensa iluminó el interior del autobús. No lo dudé. Entendí la complicidad de su primera mirada.
No se si alguno de ustedes, ha tenido oportunidad de mirar la Luna a través de un Telescopio. Yo he podido hacerlo hace poco en varias ocasiones y les aseguro que es algo muy especial. Desde el primer día que pude comprobar que La luna tiene mil recovecos que parece que puedes esconderte en ellos, y que los ves ahí, como si pudieras bucear en ellos, desde ese día, les decía, cuando miro a la Luna la siento mucho más mía. Y, no se a ustedes, pero muchas veces me produce una cierta melancolía mirarla. Está ahí y a veces no la vemos. Siempre dependiendo de que el Sol la ilumine o no, siempre esperando crecer para volver a empequeñecer y así un día y otro día.
El cielo se había vuelto morado y azul y la luna en un finísimo cuarto creciente parecía jugar con los pasajeros del autobús que, casi sin que me diera cuenta habían apagado las pequeñas luces de encima de sus cabezas. No se oía ni una palabra, ni un mínimo sonido. Miré a mí alrededor y 20 o 30 cabezas se balanceaban siguiendo aquel hilo de luz. Agradecí el atasco que nos permitía no perdernos el viaje hacía la nada de la luna. En un adiós lento… lento… El silencio a mi alrededor era de un profundo respeto. La luna se había vuelto de un precioso color dorado tan luminoso que casi tenías apartar los ojos de ella. De su borde inferior, una línea rojiza cayó lentamente humedeciendo la noche.
Magnífico viaje Olga, enhorabuena por tu Poesía y Prosa.
Muchas gracias Javier! Me alegro de que te haya gustado. Ya me irás diciendo qué te parecen otros textos. Gracias de nuevo.