Los estantes aparecen llenos de libros que, desordenadamente colocados, parecen vivir, convivir más bien, en el paso del tiempo. Los libros son parte de la vida, incluso en muchas ocasiones, volvemos a los libros cuando la vida, nos deja huérfanos de todo menos de historias. Esas historias que, sin serlo, parecen ser nuestras cuando, entre líneas, sufrimos o amamos entre sus letras, colocadas, medidas, Amor en Times New Roman 12, o pasión desenfrenada en Arial 10.
Siempre he sentido un amor especial por los libros usados, esos que ya son amigos que miras y reconoces lo abras por donde lo abras. A veces, he llegado a recordar frases enteras de alguno de ellos sin darme cuenta de que detrás de esas frases no estoy yo, no me las dicen a mi, ni las digo yo. Entonces la envidia se abre paso entre cualquier otro sentimiento. Envidia de esa imaginación portentosa que inventa situaciones extrañas, amores sublimes o maldades maquiavelicas. De eso que yo, casi nunca he podido escribir.
Da igual que tenga o no uno o dos textos en la cartera porque siempre acabo pensando que no me gustan lo suficiente. El proceso no siempre es el mismo, a veces, a lo largo de la semana he visto, oído o hecho algo que, de alguna manera, hace saltar la chispa y la imaginación entra en acción.
Hoy de nuevo, es miércoles los miércoles es el día en el que debo mandar mis textos al editor, y parece que no ha habido chispa, parece que no he oído nada, ni visto nada, ni hecho nada. (¿?) al menos nada que “merezca la pena”, me digo a mi misma. Y me siento mal conmigo misma entre la prisa y la sensación de vacío que me produce pensar que no hay nada, nada que no sea o haya sido el vulgar día a día…
Recorro mis mañanas: autobús, metro, trabajo, compañeros. Recuerdo sus caras, los guiños, las risas de los que estamos más cerca y, de alguna manera, nos decimos sin decir, esas tonterías matinales que nos hacen sentir que el trabajo merece la pena por muy trabajo que sea, por muy tarde que salgamos algunos días. Y sigo pensando y recuerdo que hoy, cosa rara, he visto al padre joven que veo en el metro con su niño. Hoy iba sólo. Y, ya ven que tontería…pero me he preocupado. Mientras le miraba me decía que el y la chica que le acompaña hacen buena pareja, que es precioso verles a los tres juntos, así tan de mañana, siempre sonrientes, como felices.
Y la calle de siempre…en la calle de mi trabajo, vive un vagabundo. No se dónde pero sé que vive allí. Hay días que se que ha podido lavarse y otros no. Hay días que lleva el pelo limpio y cortado. Ha habido días que casi no parecía un vagabundo. Esos días, me atrevo a mirarle de frente y casi a sonreírle. Los otros, esos en que la vida le trata peor, prefiero no mirarle mucho por si siente mal. A veces habla con alguno de nosotros, pero nunca he visto a nadie hablarle. Pienso si me atreveré a hacerlo algún día.
En esa calle hay también otra mucha gente. Me gusta pensar en sus vidas. ¿Qué harán? ¿porqué van tan deprisa? Es curioso pero en esa calle, casi nunca va nadie sólo. Es una calle para ir y venir, nadie pasea, sólo eso, ir y venir en un viaje constante de ida y vuelta, como la vida.
Me doy cuenta de que podría estar horas pensando, escribiendo de todo aquello que he visto a lo largo del día. Es una película o una novela continua en la que hay cientos de protagonistas, unos lo saben y otros no, pero todos lo son. Todos me dicen algo, todos me hablan y de todos aprendo.
Miércoles, 12 de marzo de 2008