Entró en aquella habitación que había sido el refugio de tantos momentos que no pudo evitar que un temblor frio le envolviera. No podía decir que era pena o nostalgia lo que sentía. Tan sólo era sentir algo tan real como que la vida daba marcha atrás y, por unos momentos, no podía distinguir si hoy era hoy, el ayer o el futuro.
Todo permanecía igual. Aunque no todo era lo mismo. Si miraba a su alrededor, podía reconocer tantos objetos que le costaba detener la mirada en uno de ellos. Todo estaba ahí, pero, definitivamente, no todo era lo mismo.
Reconocía el pequeño alfiletero con el que tantas veces había jugado. Aquel alfiler con una bolita brillante que no se podía tocar porque era recuerdo de la boda de no sabía quién, pero que, sin duda debió ser muy importante… Los cuadros seguían manteniendo una perfecta inclinación con la que él jugaba a ladear la cabeza haciendo el tonto. Nunca quiso enderezarlos como ahora tenía que hacer obligatoriamente con los de su casa. Nunca lo había pensado, pero quizá era una forma de no recordar.
La habitación era mucho más pequeña ahora, pero claro, es normal, se decía… el era muy pequeño entonces y las percepciones son muy diferentes. Le pareció menos acogedora, seguramente por la luz. Hoy no estaba encendida la pequeña lamparita que se guardaba en el cajón y que siempre se utilizaba para coser. ¡No estaba la máquina! No podía creer que aquella máquina de pedal no estuviera en su sitio. ¡Su ruido había sido parte de su infancia durante años… claro!, eso faltaba en la habitación ese trac trac, trac trac que hacía el pedal y con el que jugaba a inventarse canciones.
Habían pasado más de 40 años. Había estado ausente, demasiado ausente de esa casa, de esa familia, de su ciudad. Habían sido años felices, si, no podía negar que había sido feliz, en la medida que se puede ser feliz, pero siempre había sentido una sensación de soledad extraña. Soledad entre tanta actividad, ¿mujer, hijos, amigos, triunfos, porqué esa sensación? Ni siquiera se atrevía a decir que el sentimiento era de soledad, pero, de alguna manera la palabra que le aparecía como una presencia suave y extraña era esa: soledad.
Durante muchos años no había querido pararse a analizar ese sentimiento. No era el momento… eran bobadas… era una nostalgia tonta del pasado. Si, ahora se daba cuenta. Eso había pasado. No había querido enfrentarse a esa sensación, por eso siempre estaba ahí, como una presencia viva, apareciendo de repente como un guiño, una música, un olor. ¡¡Un olor!! Eso, eso era. ¡El olor de esa habitación!
¿Como no lo había comprendido antes? La habitación seguía oliendo igual. Era una mezcla de dulzor, colonia, polvo, telas y lápices siempre por el suelo con los que él jugaba. Recordó que uno de los lápices era su preferido. Era plano, de madera color crema y al pintar se deshacía la mina un poco manchando siempre el papel. El restregaba el resto de la mina con el dedo haciendo manchas sin sentido. Manchas fascinantes, etéreas o fuerte y enfadadas.
Todo encajaba. Ahora iba colocando todo en su lugar. Ahora empezaban a encajar las cosas. Sus cuadros son fruto de aquellas sombras… sus cuadros elogiados y valorados como «verdaderas obras de arte» no son más que el producto de aquellas sombras infantiles hechas con sus dedos. Cuantas veces le habían regañado por eso. ¡¡Anda …vete a lavar esas manos!! que las vas a poner en cualquier sitio…
Busco con la mirada casi frenéticamente por toda la habitación aquel lápiz. ¡Tenía que estar! No podía haberse perdido y el recordaba que no se había gastado. Si, recordaba que no quedaba un trozo muy grande, se veía a el mismo sacándole punta con una hoja de afeitar bajo la atenta mirada de su madre, avisándole para que no se cortase. Buscó una pequeña mesa que siempre estaba bajo un montón de ropa por coser. Tenía un cajoncito donde solía haber agujas, una cinta métrica hilos hechos un revoltijo, lo abrió con miedo. No podía ser que no estuviera allí, no podría soportarlo. Quería, necesitaba volver a tocar ese lápiz, a volver a manchar sus dedos y ponerlos sobre un papel, necesitaba recuperar aquel niño.
Lloró suavemente mientras iba ensuciando cada uno de sus dedos.
Junio 2018