Maldito corazón,
¿Por qué no te detienes?
¿Por qué este empeño en demostrar
que aún estoy viva?
Sabes bien que mis lágrimas
tan sólo son agua y sal,
que mi sonrisa nada tiene que ver
con la alegría.
Déjame, por una vez, ser yo sin escondrijos:
por un día, no maquilles
los surcos de mi cara
con pinturas de vida.
Deja de mentir latiendo como un loco,
cuando, él, cansado de amar,
recorre las grietas de mis labios,
y sus manos acarician el cadáver
en que envuelvo emociones blancas y azules,
entre deseos amarillos y violetas.
Por un día, déjame ser sincera.
Déjame por un día aceptar que estoy muerta.
1 de octubre de 2002