69 (Alejandro Pozo de la Cámara)

Aqui dejo un estupendo relato lleno de sentido del humor, ternura, creatividad y buenos recuerdos. El autor es Alejandro Pozo de la Cámara, a quien considero mi amigo y además admiro por diferentes motivos.
Alejandro, te agradezco mucho que te hayas animado a mandar algo tuyo para mi página. Es un lujazo y seguro que muchos se van a ver reflejados en el.

Alejandro ha obtenido diferentes premios de literatura y escribe unos muy divertidos relatos eróticos, y muchas otras cosas… Podéis conocer mucho más de Alejandro en el siguiente enlace:

https://escafoides.blogspot.com/

69

Estoy confundido, me he metido en este concurso y no sé por qué. Primero el tema, porque hablar del 69 y hacerlo bien (me refiero, al hablar) necesita de una madurez que quizás yo no tenga, bueno sí, hace unos meses he cumplido sesenta y ocho años.

Segundo, concurso de jóvenes, ahí ya no entro, la vida ha cambiado, pero en mi época mi edad ya era de viejo. Pero de espíritu estoy fenomenal. De memoria……… ¿…?

Tercero, jóvenes talentos, hombre, uno tiene su ego, ego no, YO, enseguida me voy al étimo latino por culpa de los curas. Talento se puede considerar como un potencial, si es así, potente, potente tampoco. Tomo unas pastillitas azules muy buenas, creo que se llaman valda o tosiletas. También tengo una moneda griega de colección, un talento.

Me enrollo como el abuelo Cebolleta, vamos al tema, el 69.

Es la cosa más maravillosa que me ha sucedido nunca, tenía ganas de que sucediera, pero no pensé que iba a llenar todos los agujeros de mi YO universitario.

En el 69, empecé en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, con toda la ilusión del mundo, corría el principio de la segunda mitad del siglo pasado y aquí sigo, vivo, porque la carrera ya la terminé, no seáis mal pensados.

La UCM en el 69, era una Universidad con vida propia, inquieta, los profesores, los alumnos estaban poseídos de una fuerza, que además de intelectual era política.

Mayo del 68 pasó rozando España pero dejó posos y semillas.

Se leía “Salut les Copains”, y entre los amigos nos pasábamos la revista, pues era cara, además, íbamos a las películas de arte y ensayo, en extranjero, no se entendía nada, pero a veces se veía alguna teta (amarcord, cuerno de cabra, Pasolini ). Recuerdo una, que se llamaba “paseo por el amor y la muerte”, que salimos diciendo que era una metáfora de no sé qué y una alegoría de no sé cuantos y que iba en contra de los padres, curas, ejército y de Franco. Y te quedabas como Dios.

Las relaciones sexuales, como existen hoy día, ni por asomo. Las mujeres no sé cómo lo arreglaban, pero en los hombres era puro egoísmo. Las discotecas eran un sin vivir, bailando rápido, como se decía antes, pero en cuanto empezaba el lento, las tías se retiraban a por la mirinda y nosotros caminando de una mesa a otra, preguntando ¿bailas?. Una y otra vez, sacando paquete en vez de pecho, que parecía que nos fuéramos a caer hacia atrás. Además terminabas con agujetas en los brazos al día siguiente, cuando al final conseguías bailar con alguna..

El tique de la consumición en el bolsillo, para cuando ya estuvieras sudado, pues no había segundo. Tarjetas no tenía, no sé si existían, pero tarjetas VIPS de discoteca, un montón lo que te permitía entrar y salir, en la disco Alma te daban una media naranja de cartón e ibas como un capullo buscando la otra media, a oscuras y dejándote las espinillas en las mesas bajas.

Los guateques, ni te cuento, lo bonito era prepararlos, había más sexo los días previos que el día del evento, pero también era egoísta.

El pick-up reluciente, el disco de Idea de los Bee Gees, en su funda, las cortezas y las bebidas escasas, las chicas también.

A veces había que bajar a la calle y preguntar a las que pasaban, los demás en el balcón animando, en eso hemos empeorado, porque ahora, ninguna chica subiría y antes no había tanto miedo.

Teníamos un preservativo para el grupo y por si acaso, cada dos semanas lo llevaba uno en su cartera y tenía que estar atento a las jugadas para no dejar a nadie sin él. Cada tres meses se cambiaba, porque con el trasiego de unos y otros, el plástico del envoltorio se abría y se llenaba de bolitas por dentro. Los bolsillos de entonces hacían pelotillas.

Los retirados se usaban para practicar y esto es un pensamiento profundo mío, mi generación era la más ducha y experta en la colocación, pero no en el uso.

A pesar de lo que he contado, de vez en cuando se daba algún caso de buena suerte, yo sin ir más lejos dejé plantada a una chica en la Iglesia. Fuimos a misa de 12 y antes de entrar la dije que si nos hacíamos novios y me miró a través del velo y me dijo que no.

Durante la Eucaristía, aprovechando que se había arrodillado, me fui deslizando hacia atrás y me di la vuelta desapareciendo, ya que no había nada que rascar.

Los padres no son como los de ahora, la madre una curranta de la casa y la que manejaba el cotarro familiar. El padre era un ser superior que a veces se dirigía a uno y no siempre bien. Estaba todo el día con broncas por tener las manos en el bolsillo y aunque tú decías que era por tener bolitas, ni caso.

Con el pelo era fijación, que qué melenas, que si pareces un inglés de esos, que vuelve a la peluquería que te rebajen un poco más. Más rebajado que en ese momento, nunca. Mientras bajabas por la escalera y siempre que la puerta se hubiera cerrado, te volvías y lo ponías a parir.

Nunca fui ni buen, ni mal estudiante, ni buen, ni mal deportista, coño, pero mis padres, no fueron ni una vez al colegio. Hoy día, la asistencia del padre a celebraciones varias en el colegio de sus hij@s, está por encima del 50% y además cargado de cámaras y videocámaras. Envidia pura.

Los billares, eran en nuestra época, lo mismo que las bibliotecas son hoy día, centros de reunión y para quedar. La única diferencia es, que en los billares no entraban las chicas y nosotros nos podíamos pasar una tarde jugando al billar, al ping-pong o al pinball, sin casi acordarnos de ellas.

Quería hablaros de la Universidad de entonces y compararla con la de ahora, pero no puedo, porque hoy día, falta un elemento consustancial en la facultad y es el “gris”.

En el campus universitario los grises campaban a sus anchas, a pié, a caballo y en los vehículos que llamábamos lecheras, posiblemente por los golpes que salían de allí.

A veces eran más que los estudiantes y se establecía una cierta relación de proximidad con ellos, dicen que el roce hace el cariño. El roce sí, pero no con la porra.

Hace poco, en una comida con unos policías conocidos de una Comisaría, recordamos aquellos agradables momentos que pasamos juntos y nos reímos mucho.

Pero sigo recordando el ruido de un gris a caballo con una fusta-porra enorme, al galopar y resbalar sobre los adoquines y al volverme, encontrarme con la mirada concentrada y el bigote arrugado por el barboquejo.

Un día que iba a la facu más tarde, al llegar a la avenida complutense me encontré con un muro de grises, que atravesé sin problemas, por parte de ellos, porque por la mía, el temblor debía de ser ostensible. De repente me encontré de frente unos centenares de estudiantes, quizás miles o millones ya no recuerdo bien y yo empecé a caminar hacia ellos, rezando para que ninguno de la liga joven o revolucionara, dijera nada en alto sobre los familiares de los policías.

Cuando estaba a punto de llegar a la muralla de salvación, se oyó un Hi de Pu al fondo y aquello fue el llanto y el crujir de dientes, la desbandada fue un éxito.

En el 69, los trabajadores de grandes empresas y los obreros acudían con frecuencia a la Universidad para concienciarnos de sus problemas y nosotros a su vez de los nuestros y con poquito que nos dijeran se organizaba una huelga.

Entre la facultad, los grises, Franco, las chicas, inicié una fase de mi vida existencialista y empecé a vestir de negro e ir a unos sótanos o solares donde se ponía música psicodélica y se proyectaban como amebas de colores o burbujas siempre en movimiento. Tocaba mucho Pau Riba.

Yo le quité a mi madre una pellica enorme de lana inglesa que parecía piel de animal y me la ponía para salir e ir a la facultad y como yo era fuerte, robusto, bueno, gordo, talmente era un oso.

La Complutense, no solo era el recinto universitario, a ella también pertenecían por derecho propio, el bar Manolo, los porrones, casa Paco, el Chapandaz con su leche de pantera, los lagartos en Rosales, Marius y los corazones de indio, los grogs de Tirol, los billares de Argüelles y de Princesa, la calle de los libreros con Doña Pepita, la Felipa o la casa de la Troya.

En el 69, empezamos medicina cerca de dos mil alumnos, las clases de quinientos, los profesores y catedráticos desbordados y encima el primer curso selectivo, pasamos a segundo unos quinientos. Un desastre.

En el 81 volví a la UCM para cursar la especialidad de Estomatología, pero ya nada era igual, los grises ya eran marrones y no estaban. Los estudiantes estudiaban y ya no te dejaban los apuntes, había grupos de estudio, la competencia acechaba.

Fueron dos años, pero quizás los peores de mi vida universitaria, el modo de vida, la universalidad del conocimiento y en esto incluyo los bares de la zona, había muerto.

En el 2011, he vuelto a la UCM para continuar mis estudios de Derecho, que los tenía abandonados. Estoy como un niño con zapatos nuevos, me he adaptado a Grado, tengo estumail (no sé usarlo bien), casi todo por ordenador.

Entré en clase y se levantó hasta la profesora que es más joven que yo, agaché la cabeza y subí hasta una esquina del banco corrido, los jóvenes me miraban y cuchicheaban, creo que doy el cante. Voy a cambiar el vestuario, no sé cómo me quedaran los pantalones caídos, tendré que tirar los ocean rotillos.

He dicho a mi mujer que no sé dónde quiero ir con el Erasmus ese, pero ya veré, se ha reído en mi cara.

El otro día la profe nos convocó a un homenaje de la fundación de D. Enrique Ruano estudiante de 5º de Derecho que falleció en extrañas circunstancias el año de 1969 y preguntó si alguien sabía quién era. Un silencio sepulcral invadió la clase y a mí me dio vergüenza levantar el dedito. Éramos contemporáneos.

Tengo unas gemelas preciosas que ese año empezaron en mi UCM, lengua inglesa y su literatura y lenguas modernas. Les comenté que las podía llevar en el coche hasta la puerta y me dijeron “papaaaaaa, por favor”. Tampoco quieren ir conmigo al Erasmus, no lo entiendo.

Cuando miro alrededor y veo la juventud de mis compis y la procedencia tan dispar de sus orígenes, creo que estoy fuera de lugar, pero cuando entran los profesores y nos transmiten el conocimiento, dejo de ser el yo mayor y me convierto en una esponja, ávida de saberes, lo peor es la neurona que me queda, que está tarda y achacosa.

De todas maneras, vosotros, los jóvenes talentos seréis los dueños del mundo y os recomiendo que aprovechéis los estudios y también disfrutéis de vuestra edad, porque esa no volverá y creo que no hay nada mejor, que la vida de estudiante.

Por eso, yo vuelvo cuando puedo, porque la Universidad es la mejor pastillita azul que existe y cuando termine Derecho seré Registrador de la Propiedad.

El lienzo y yo (Rosa Jiménez Álvarez)

Estoy encantada de que la primera colaboración de esta etapa de la Web sea de Rosa Jiménez Álvarez. Rosa es una estupenda pintora, mi profesora de dibujo y, sobre todo, mi amiga. Gracias, Rosa por dejarme este poema tan especial.

El lienzo y yo

Apareces blanco ante mis ojos,
cabalgando en un estático caballete.

Quieres que maquille mi historia en tu piel,
para así contársela al mundo, cuando te observen.
Impaciente, tu tela me pide consejo
y yo te digo lo que pienso.

Te peino con trazos sinceros,
dibujando formas que bailan entre tus poros.
Y mientras respiramos juntos vapores de trementina,
acaricio tu cuerpo dejándome llevar por el instinto.

Impregno de óleos tu cutis para hacerte inmortal
y me sincero ante ti.

Desnudo mi alma para vestirte con su ropa
y frunzo volúmenes de luces y sombras sobre tu tejido.
Fundimos miradas mientras te doy todo de mí
y difumino con mis manos los contrastes que quiero borrar de tu rostro.

Te susurro sin hablar, palabras de colores
y te doy las gracias por haberme escuchado
Ahora puedes contar al mundo mi leyenda

Mi historia ahora es tuya.

Rosa Jiménez Álvarez

No te vayas

Quédate al lado del camino de ida y vuelta

por el que viajan mis azules esperanzas.

Beberemos juntos el vinagre y el vino.

Recorreremos juntos la miel y el asfalto.

Mi mano, escondida entre las tuyas,

aprenderá a escuchar sus sonidos en mi espalda.

Quédate en el libro en blanco

que hay en esa estrella,

recordaré su nombre y su pasado,

su luz será el incierto camino de fracasos y risas,

se quedará en mi pelo y en tu boca,

allí donde los pensamientos son futuro.

Quédate en el rincón del corazón

que humedece mi sonrisa.

Quédate en la noche que sigue a la mañana.

Inventaremos días de relojes sin manillas,

veranos en invierno, de horas transparentes.

Quédate ahí, donde tus ojos sólo miren en azul,

y tu boca pueda tan sólo ser reflejo de mi boca.

Quédate…

No te vayas

2003

De azul y verde

Pasos firmes, transparentes.

Interrogante la mirada sueña…

Días de azul y verde

Atrás las mañanas de «porqués», las tardes de «nada»…

Pasos firmes, transparentes…

Acechan los fantasmas del miedo.

Virus de inseguridad tratan de callar el verdeazul de las emociones.

Limos de culpa cubren la cálida luz de media noche,

y dejan un apestoso rastro en las ropas de días estrenados…

Días de azul y verde se abren camino a dentelladas…

2003

Sabor a incienso

He pisado las hojas sepias que has puesto en el camino.

Se ha llenado de murmullos la mañana. Un gato me saluda…

Es invierno…

Despiertan rojos los arbustos. Y la hierba bebe pequeñas gotas de rocío.

Es invierno…

Tras el cristal, la lluvia amiga: esa que guarda en cada gota un nombre,

una palabra y un «se puede» azul, que deja con cuidado en las aceras.

Es invierno…

Hay bolsillos que lleno y que vacío, que revuelvo y ordeno.

Hay papeles que borro y luego leo y…,

hay lagrimas grises, con sabor a incienso.

Amanece…,

Y descubro un suave olor a musgo oculto entre las sábanas.

Noviembre 2003

Vendrán

Para Alena, aunque se enfade, con mi agradecimiento
por su falta de memoria.

Volarán sobre la pobre realidad que permanece cuando ya no haya nada. Esa nada sin fin que existirá, quizá, más allá del último latido. Como cieno indeleble, ennegreciendo aún más el horror de la ausencia.

Vendrán a confirmar errores y egoísmos. Su sonido quebrará cualquier música que hubiera. Cada nota será un réquiem de dolor, un solitario adiós entre el horror del no ser, y el miedo a descubrir un después infinito.

Sus graznidos se oirán como esas risas que hielan el espacio dejando un humor frío. Se pegaran a las paredes de las calles y casas. Inmovilizarán los corazones de los niños. No habrá posibilidad de una sonrisa.

Ya no habrá azules, ni malvas ni turquesas. No habrá brisas que envuelvan esperanzas. Los «siempres» serán eternamente «nunca más».

Ellos vendrán y volaran sobre la pobre realidad que seré cuando ya no haya nada.

Septiembre 2003