Fósil. Vuelve a caer. Una capa…, otra… y una tercera. Se desmorona con la suavidad del polvo. Llega al suelo sin forma alguna. Imposible adivinar cómo era. Impensable su reconstrucción.
De nuevo, y con la seguridad de que no será esta la última vez, observa como de su cuerpo van desprendiéndose migajas de luz, cada vez más tenues, más pequeñas. Observa, con la esperanza de que en algún lugar aún no dolorido, permanezcan la pasión y las ganas. Y por si acaso, por si aun fuera posible… guiña a la madrugada con la eterna sabiduría de que siempre amanece, o no…
Septiembre 2003