Fósil

Fósil. Vuelve a caer. Una capa…, otra… y una tercera. Se desmorona con la suavidad del polvo. Llega al suelo sin forma alguna. Imposible adivinar cómo era. Impensable su reconstrucción.

De nuevo, y con la seguridad de que no será esta la última vez, observa como de su cuerpo van desprendiéndose migajas de luz, cada vez más tenues, más pequeñas. Observa, con la esperanza de que en algún lugar aún no dolorido, permanezcan la pasión y las ganas. Y por si acaso, por si aun fuera posible… guiña a la madrugada con la eterna sabiduría de que siempre amanece, o no…

Septiembre 2003

Huída

Sumo sumas de añadidos dolores.

Multiplico penas.

Potencio desencantos.

Saco factor común de disimuladas tristezas.

Resto ilusiones, divido alegrías.

…Nunca ha sido mi fuerte la aritmética.

Recurro a las letras de mi viejo diccionario

testigo silencioso de inquietas pubertades.

Busco entre sus ocres una letra amiga.

Sus páginas, ajadas por el paso del tiempo,

se abren suavemente por la palabra

«Huida»

10 de marzo de 2003

Según el día

Bajo Tierra I

Parecía estar pegado al suelo con goma de contacto. Era como esas construcciones que todos hemos hecho de niños: Una calle, sus casas, un banco en la acera, las farolas. Puesta ahí, justo al lado del kiosco de periódicos, estaba aquella especie de máquina del tiempo. Cristales circulares, tejado metálico y una pequeña puerta girando sobre su propio eje.

Me pareció atractivo. Me quedé ante aquel artefacto, presioné uno de sus botones y me encontré bajando al fondo de la tierra. En unos segundos estaba en mitad de un vestíbulo abarrotado. El espacio era agradable. La gente entraba en pequeños bares repletos de olorosos pasteles que chorreaban chocolate caliente.

Recorrí uno de sus pasillos. Entré en varias tiendas. Compré algún regalo y llegué hasta el andén justo a tiempo de subir al moderno vagón. Una pantalla de televisión iba dando pequeñas pinceladas de noticias del día. Casi todos los pasajeros leían libros o periódicos. Un grupo de artistas ambulantes cantaba canciones de siempre, esas que nos arrancan una cálida sonrisa al volver a escucharlas. Parecía que el tiempo se había detenido y que estaba en un tranquilo oasis bajo el molesto ajetreo de la ciudad.

Bajo Tierra II

Como cada día, aquella inmensa escalera se tragaba cientos de personas en tan sólo algunos minutos. Era como la inmensa boca abierta de un moderno dragón. Se tragaba cuerpos y almas de una sola tacada.

Las brillantes escaleras mecánicas se me antojaban una inmensa dentadura que llevaba lentamente los cuerpos hasta los pasillos que los deglutían sin parar. Carne contra carne, conciencias contra conciencias. Un viaje a través de un espacio desconocido.

Aquéllos intestinos seguían transportando materia humana. Me preguntaba si todos saldrían, si alguno se quedaría atrapado entre sus dientes o sus recovecos. ¿Serían los mismos o serían otros los que devolviera en su imparable regurgitar? Iba de una a otra salida intentando, sin éxito, encontrar una cara conocida.

Son las 8:30. Voy hacia el trabajo. Camino pegado a las paredes de las casas, evitando las múltiples bocas del monstruo sin cabeza. Su apetito es insaciable.

3 de enero de 2003

Silencios

– ¿Qué piensas, cariño?

– Eso no se pregunta.

Con esa pregunta pretendía, hace años, llegar a conocerte. Bucear en tu cerebro para saber que había dentro, me parecía lo mejor para entendernos y amarnos.

Poco o nada sabía yo entonces del poco valor que, a veces, tienen las palabras.

Ingenua pensaba que una pregunta se contestaba con una respuesta.

¡Qué poco sabía yo del valor de los silencios!

¡Qué de años me han hecho falta para amar, odiar, desear, esperar o ignorar tus silencios!

Tus silencios, terribles presagios de tardes de brumas y densas soledades. Eternos silencios que anticipan noches de sábanas frías, de cuerpos vestidos, de ni una mirada.

– ¿Qué piensas, cariño?

Ya no lo pregunto. Ya no necesito oír lo que piensas. He aprendido: oigo al fin tus silencios.

Por eso ahora callo y en silencio, pregunto: ¿Sabrás tú algún día el color de mis sueños?

15 de octubre de 2002

Burbujas de olor

Mi infancia son burbujas de olor

que a veces estallan

y salpican el aire con gotas de ayer,

juegos de niños y viejos deseos,

tal vez inventados.

Es tan fuerte el aroma,

tan claro el recuerdo,

tan hoy el pasado…

Y me siento de nuevo pequeña:

a mi paso voy pintando casitas, estrellas,

cielos de colores, un río de plata,

Lunas sonrientes y Soles con cara.

Es olor a pereza, olor a mañanas.

Son olores de siesta en la era, olor a caballos.

A trillo y botijo.

A manzanas verdes y moras de árbol.

A lluvia en verano.

A lectura tranquila bajo la sabina,

respetando sueños de hombres cansados.

A juego de niños en montañas de paja.

A trigo masticado, a jara y romero

que visten los campos de blancos y malvas.

Es olor de aquél chopo del río

de cómplices ramas,

abrigo de amores

de aquellos veranos,

amores perdidos,

que hoy son ya, tan sólo nostalgia.

13 de octubre de 2002

Agua y sal

Maldito corazón,

¿Por qué no te detienes?

¿Por qué este empeño en demostrar

que aún estoy viva?

Sabes bien que mis lágrimas

tan sólo son agua y sal,

que mi sonrisa nada tiene que ver

con la alegría.

Déjame, por una vez, ser yo sin escondrijos:

por un día, no maquilles

los surcos de mi cara

con pinturas de vida.

Deja de mentir latiendo como un loco,

cuando, él, cansado de amar,

recorre las grietas de mis labios,

y sus manos acarician el cadáver

en que envuelvo emociones blancas y azules,

entre deseos amarillos y violetas.

Por un día, déjame ser sincera.

Déjame por un día aceptar que estoy muerta.

1 de octubre de 2002